Nacho Llantada necesitaba un negocio que acompañara su carrera como músico. Lo encontró en Cotorritos.
Los Claxons comenzaron su carrera en uno de los peores momentos para los artistas musicales.
Era 2004. Atrás habían quedado los días en los que grabar y vender discos era un gran negocio. La piratería — así fuera con CDs ‘quemados’ y plataformas de intercambio de mp3, particularmente Napster y Limewire — había ya destrozado por completo el anterior modelo de negocio. Eran los años previos a iTunes y Spotify, así que tampoco existía todavía la opción de generar ingresos comercializando música de manera digital.
“En mi caso, la música no era algo que me pudiera mantener”, recuerda Nacho Llantada en entrevista con Whitepaper. En aquel año, Los Claxons, la agrupación de la que aún es vocalista, había firmado un contrato con Movic Records (de Kiko Lobo). “Nacimos en ese bajón donde la gente escuchaba nuestra música en discos quemados y descargas ilegales. Al artista no le tocaba nada”.
Pero ese pequeño detalle no sería suficiente para frenar su sueño de seguir en el mundo de la música. Lo que Nacho tenía que hacer era encontrar una vía alterna de ingresos para poder mantenerse en él.
Cuando Los Claxons debutaron con su primer disco en 2005, fue algo emocionante para Nacho y para el resto de los integrantes del grupo. Pero no necesariamente representaba un buen negocio.
“Me daba cuenta que tocábamos en muchos bares, pero a nosotros nos pagaban bien poquito y los dueños hacían mucha lana”, cuenta.
¿Por qué no, entonces, tener su propio bar?
Así nació Nachos & Gangas en Monterrey, en 2006. Por varios años funcionó como la sede informal del grupo, ayudó a impulsar otros talentos locales y para Nacho, sirvió también como escuela práctica de negocios.
Por su parte, el grupo seguía creciendo en popularidad. Entre 2007 y 2013 lanzaron al menos cinco discos — cada uno con mejor recibimiento que el anterior — y aumentaban también la frecuencia de sus conciertos (a veces, hasta 80 eventos en vivo en un año). Llegaron nominaciones a los Grammy Latinos, reconocimientos de MTV, colaboraciones con otras agrupaciones, conciertos en recintos como el Auditorio Nacional y el Auditorio Citibanamex.
Habían encontrado una gran audiencia para su música. Sin embargo, Nacho no encontraba todavía el modelo de negocio que lo acompañara en su carrera. El bar funcionaba, pero era desgastante y simplemente no era algo que pudiera replicarse.
En la era “post discos”, los músicos ganan dinero de varias formas. La más importante suele ser las presentaciones en vivo. Por lo general, la segunda fuente son las regalías generadas por las plataformas digitales — Spotify paga entre $0.003 y $0.005 dólares por cada stream de una canción (varía si se escucha completa o solo por unos segundos, y también si se descarga).
“El respiro de las plataformas nos ayudó para tener una luz, mientras más reproducciones podemos estar generando con base en nuestros streamings, tu tiempo aire, paga su regalía correspondiente”, explica.
La tercera fuente — y una que está creciendo — son las “regalías por ejecución pública” que le corresponden a los autores cuando sus canciones son utilizadas en espacios públicos, como podrían ser la radio, conciertos de otros artistas, o dentro de anuncios, series, etc.
Finalmente, vienen los acuerdos comerciales o patrocinios que pudieran lograrse con diversas marcas. Para algunos artistas, esto puede convertirse en una de las fuentes más importantes; no para la mayoría.
“Antes, la disquera tenía sus ingresos de discos y el artista solía tener por separado el ‘booking’ y los conciertos. A partir de este cambio las disqueras se dieron cuenta de que no iban a poder sobrevivir sin el negocio de las presentaciones. Muchos empezaron a firmar contratos ‘360’, yo te firmo, te meto lana, pero me tienes que compartir de todos tus ingresos, conciertos, ahora están metiendo redes sociales”, añade.
“Desarrollar un artista nuevo cuesta un dineral. La disquera tiene que pagar productor, estudio, ingenieros, el costo del producto que en este caso le vamos a llamar disco o canciones, tiene que pagar el vídeo. Pero lo más caro es la promoción. Si quieres sonar en el top 10 a nivel nacional, tiene un costo, es un dineral, todos quieren lana, es como si pagaras comerciales”.
Después del bar, Nacho probó con un restaurante de mariscos en Playa del Carmen, que terminó quebrando. Después invirtió en algunos antros. Tampoco resultaron ser buena opción.
Finalmente, encontró un modelo que creyó que podría funcionar: restaurantes que combinan el ambiente de un bar, con botanas y comidas a un precio accesible — y todo al mismo precio. Es un modelo similar al de las “tiendas de dólar”, pero aplicado a la industria de los restaurantes. Cervecería Chapultepec, de Guadalajara, llevaba ya la delantera en esta categoría.
“Hablé con mis socios y les dije: ‘vamos a ir sobre esta categoría’”, cuenta Nacho. “Batallé un poco; gente que se dedica a los restaurantes me decía que esto no funcionaría. Yo les insistía que confiaran en mí”.
En 2018 abrió la primera sucursal de Cotorritos. Todo costaría $20 pesos: cada cerveza, cada taco y cada tostada, cada refresco. Quería llegarle a un cliente que buscaba un espacio con ambiente, pero con un presupuesto limitado. A diferencia de sus otras iniciativas, esta nació diseñada para replicarse —incluso con una opción para franquiciar.
Y en eso están ahora — replicándose. La pandemia frenó el proyecto temporalmente; aun así, hay ya 32 sucursales de Cotorritos ubicadas en lugares como Xalapa, Los Cabos, Mexicali, Saltillo y CDMX. Algunas son franquicia, pero la mayoría son propiedad de Nacho y sus socios. Los establecimientos más pequeños tienen cerca de 300 metros cuadrados; los más grandes superan los 800. Suelen estar en plazas comerciales, muchos también en las zonas hoteleras.
El concepto ha sido especialmente atractivo para jóvenes, particularmente estudiantes. También son populares entre el segmento de oficinistas — quienes quieren ir a festejar algo (o a alguien), pero priorizan una alternativa accesible. La cerveza es, por mucho, el producto más vendido; la mezcla de ventas debe rondar 60-70% de bebidas, y el resto de la comida.
La música le ha permitido construir otros negocios. Además de Cotorritos, Nacho imparte unas 60 conferencias al año, vende sus propios libros y también ofrece espacios publicitarios en sus redes sociales (entre Instagram y TikTok suma más de 800 mil seguidores).
“La música es lo que me diferencia de cualquier creador de contenido, empresario de bares, conferencista. La guitarra y la voz, y mi credibilidad de 20 años luchando por mi sueño”.
Como artista ha creado relaciones que luego se convierten en oportunidades para Cotorritos (u otros negocios). Así es como ha conseguido socios comerciales, ha rentado los locales que necesita, ha obtenido inversión para los proyectos.
A diferencia de cuando comenzaron su carrera, Los Claxons y otros artistas similares tienen hoy más alternativas para generar ingresos a partir de su propia música. Eso no significa que quieran dejar de lado los nuevos negocios — todo lo contrario.
Por lo pronto, Cotorritos sigue evolucionando. Ahora los precios son de $23 pesos (incluyendo rones y algunos tequilas), y cada vez incluyen más alternativas de mayor precio. Ya no todo cuesta lo mismo: hay mezcales de $65 pesos y los burritos de arrachera cuestan $50 pesos. “Porque cuando hay varo, te das tus lujitos”, señala el menú.
El plan es triplicar el tamaño: Nacho estima que en los próximos años llegará a las 100 sucursales (por su parte, Cervecería Chapultepec tiene ya más de 100 puntos de venta, habiendo crecido incluso fuera de México).
Conforme estos negocios han ido despegando, personas cercanas le sugerían que “pausara la música”.
“Ni madres. Es mi prioridad”, insiste. “Es lo que me mantiene vivo”.
Seguramente sí. Y es también lo que le da acceso — así como un poderoso diferenciador — que ha sabido apalancar para construir una red de negocios atípica entre los artistas locales.